miércoles, 27 de agosto de 2008

Los cumpleaños en Dantés

Uno de los lugares míticos de mi infancia fue la hamburguesería regentada por un señor muy parecido a Leonardo Dantés cuando llevaba aquella peluca negra de rizos. También se tiraba un aire a John Goodman. Los niñatos insoportables siempre celebrábamos allí nuestros cumpleaños. Nuestros padres se ahorraban el tener que aguantarnos esa tarde. Y es que el dueño tenía más paciencia que un santo.
En el colegio también repartíamos bolsas de golosinas al final de la clase. Y a veces nos poníamos a contar chistes malos. Los testigos de Jehová no participaban en estas fiestas.
Para evitar el no saber que regalar y acabar dando un libro, los amigos acabamos por pactar el designar un regalo de antemano y hacer caja común.
En Dantés nos dedicábamos a tirarnos servilletas con salsa, agitar la bebida del ausente o echarle mostaza, tirar bombas fétidas con nosotros dentro del establecimiento... en fin unos pequeños diablos. Dantés sólo nos decía venga chavales no os paséis, pero sin voz autoritaria, claro, y seguíamos armando bulla. Hasta llegamos a pringar de mostaza un cartel con menús que tenía en la pared. Consumíamos un servilletero entero para ir haciendo canastas en una papelera amarilla con una boca gigante.
Antes de comer jugábamos unas partidas al Tumblepop, el videojuego de los cazafantasmas tremendamente adictivo.
A veces llegamos a excesos como un amigo que invitó a 20 de clase. Nos tuvimos que poner en 2 hileras. Ya parecíamos una boda o un cuartel. El día antes nos repartíamos unas invitaciones a boli con día y hora porque todos conocíamos ya el lugar
El ambiente era más bien de tasca, por lo que era más agradable que la frialdad de los burguer multinacionales. Y allí los padres podían beberse una cerveza o un corto sin problemas. Todavía recuerdo a un camionero conocido mío quejándose en un burguer de Alicante porque no había alcohol. Este hombre tenía la costumbre de desayunar cocacola. Hoy está jodido por la diabetes. Lo que no me alegra porque era buena gente.
Lo habitual era pedirse una hamburguesa normal. Si pedías perrito todo eran bromas. Un compañero similar a Stifler en sus costumbres que ha acabado jodido por las drogas comentaba, mientras el incauto comía, ay , que rico... oh, sí, que gusto... Las hamburguesas para los de orientación sexual clara se traían primero. Los tipos raros se pedían un sándwich. Siempre preparábamos unas patatas que nadaban en salsa, quedando todo tan fuerte que a veces se dejaba a medias. Algunos raros empezaron a beber Trina y la costumbre se extendió.
De postre preferíamos un helado a una tarta que normalmente se quedaba sin comer. Luego nos íbamos a jugar al fútbol con el consiguiente flato.
Cuando llegamos al instituto se empezó a perder la sana costumbre de los cumpleaños. Ahora el personal estaba obsesionado con ir a Campvs y no se pensaba en otra cosa
La hamburguesería sigue abierta y alguna vez he vuelto con amigos. Nos dedicamos a gritar a la tele en la que salía Ivonne Reyes que enseñase las tetas o animar al concursante a tocarla el culo.
Ahora la hamburguesería está habitada por sudamericanos y gitanos que van allí porque mantiene unos precios similares a los de entonces y hacen bien en ir por su economía modesta. Dantés sigue aparcando en otro barrio porque en éste es imposible encontrar aparcamiento.
Los amigos y conocidos de clase no nos hemos vuelto a reunir pese a planearlo alguna vez. Las rencillas, los que iban de guays y no llegaron a nada y la diferencia de itinerarios profesionales y hábitats nos ha desintegrado y ya sólo quedamos algunos grupúsculos de inadaptados que añoramos tiempos que al menos para mí fueron si no mejores, sí más divertidos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nosotros también íbamos a un bar a cerebrarlo, pero sólo nos ponían los típicos sandwiches y patatas fritas y tal. Esi sí, cuando iba un chico que nos caía a todos mal por lo chulo que era, siempre le gastabamos alguna broma, pero era todo más soseras de lo que aquí cuentas. Saludos. Adiós.